agosto 9, 2020

Por Comunicaciones Movyt

COLUMNA Movilidades entrelazadas: niños, niñas y adultos

¿Cuál será el rol de la bicicleta en las ciudades post pandemia?

Por Susana Cortés-Morales. Investigadora MOVYT

Desde fines de julio el Gobierno de Chile ha dado comienzo al plan “Paso a Paso” para el desconfinamiento de las zonas en cuarentena producto de la pandemia COVID 19. Se trata de un plan dinámico, es decir, se podrá retroceder o avanzar en sus etapas de acuerdo con los comportamientos sanitarios observados en cada zona. Así, comenzamos a imaginar cómo será la vida y, particularmente, la movilidad post cuarentena.

En este contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han planteado que la bicicleta constituiría una de las formas de movilidad con menor riesgo de contagio en contraste con otras que provocan aglomeraciones en espacios cerrados. Así, la bicicleta se presenta como un medio más rápido, económico y seguro que el transporte público o el automóvil para la movilidad individual. Sin embargo, la movilidad cotidiana es, para la mayoría de las personas, un conjunto de prácticas interdependientes, es decir, la movilidad de una persona está entrelazada con la movilidad o inmovilidad de otras. Aparece entonces la movilidad de niños y niñas, quienes -al menos en nuestra cultura- suelen moverse en compañía de adultos hasta edades avanzadas. De esta manera, no solo ellos dependen de sus padres y otros adultos para desplazarse, sino que las movilidades adultas también están en gran parte definidas por la de los niños y niñas que cuidan ¿Qué rol tiene o podría tener en estos casos la bicicleta?

Hasta ahora, las “ciclorecreovías” han intentado acoger el uso familiar de la bicicleta, implementando un espacio para actividades deportivas durante los fines de semana o tiempos libres. Sin embargo, las actuales condiciones hacen evidente la necesidad de incorporar el carácter interdependiente de la movilidad familiar en la planificación urbana de manera permanente, sustentable y más allá de la recreación. Por una parte, los niños necesitan moverse de formas más saludables, eficientes y seguras. Y por otra, es necesario considerar el hecho de que muchos adultos nos movemos en compañía de niños.

De momento la bicicleta puede constituir la forma más segura de desplazarnos en el contexto de la pandemia, pero no siempre es percibida como un modo seguro y eficiente para los niños ni para los adultos que se mueven con ellos, debido a problemas de seguridad vial, infraestructura urbana, escala de desplazamientos y el nivel de estrés de tráfico que conlleva el ciclismo con y para niños y niñas en estas condiciones. En consecuencia, es clave reflexionar sobre los riesgos reales y percibidos en torno al uso de bicicleta como transporte cotidiano de niños en contextos específicos, como Santiago. También es importante analizar las múltiples formas en que las familias orquestan sus movilidades conjuntas, con tramos hechos junto a otros, en solitario o en nuevas compañías, muchas veces cambiando formas de transporte dentro de un mismo viaje.

Desde este punto de vista, surgen algunas preguntas para abrir esta reflexión al debate público ¿Qué rol juega la bicicleta actualmente -o más bien jugaba antes del COVID 19- en la movilidad cotidiana familiar? ¿Qué rol podemos imaginar para la bicicleta en los movimientos familiares en un futuro post cuarentena? ¿Cuáles son los principales obstáculos en términos de riesgos, seguridad, accesibilidad, escala de desplazamientos, estrés e infraestructura para que esta forma de movernos pueda ser incorporada por las familias en el contexto post-pandémico que imaginamos?

Si bien no tengo respuestas a estas preguntas -especialmente cuando se plantean en torno a un futuro extremadamente incierto-, hay algunos ejes que debieran estar presentes.

Por una parte, la profunda inequidad y segregación residencial de Santiago. En este sentido, las respuestas no pueden extenderse al conjunto de la ciudad, sino que deben considerar las variadas condiciones infraestructurales urbanas, así como los recursos familiares y las accesibilidades diferenciadas.

También es necesario considerar que las bicicletas no son homogéneas materialmente. Existe una amplia gama de calidades y artefactos que modelan la experiencia ciclística. Esto se hace patente cuando observamos las variadas formas en que las familias se mueven en bicicleta: a veces en unas especialmente diseñadas para el transporte de niños, otras, donde una familia completa monta una sola bicicleta común.

Otro eje importante son las escalas de desplazamientos cotidianos en las que se mueven las familias, muchas veces diferenciadas para sus distintos miembros. Esto se asocia a la multimodalidad de los viajes familiares, un eje clave a considerar.

Por último, el eje principal debiera ser observar la ciudad y, particularmente, las prácticas de ciclismo cotidiano desde la perspectiva de niñas, niños y de las familias que se movilizan día a día junto a ellos (o que lo harán cuando volvamos a movernos): sus diversas características físicas, capacidades, necesidades, formas de interacción en movimiento, velocidades y ritmos. Aún si no somos niños ni nos movemos con ellos, podemos contribuir desde nuestras posibilidades mientras nos movemos por la ciudad, poniendo atención, siendo más empáticos al interactuar y visibilizando a este grupo de habitantes con quienes compartimos Santiago. El cuidado es (o debiese ser) una responsabilidad compartida.

Esta columna fue publicada en Revista Pedalea

Palabras clave: